Patricia Pizarro de Oro, IMDEA ENERGÍA y Inés Moreno García, IMDEA ENERGÍA
Durante los últimos años se han intensificado los esfuerzos para separar, clasificar y gestionar los residuos de manera más eficiente. El reciclado y reutilización del vidrio, el papel y algunos plásticos están bien consolidados, pero ¿qué ocurre con los residuos orgánicos?
En la Unión Europea los biorresiduos representan la fracción más grande (34 %) entre los desechos sólidos de los municipios. En la actualidad genera alrededor de 86 millones de toneladas cada año a los que debe darse una salida.
Las cifras son también impactantes en otras regiones del mundo, como en América Latina y el Caribe, donde se generan más de 195 millones de toneladas al año de residuos urbanos. De esa cantidad, el 50 % son residuos orgánicos y tan solo un 10 % se aprovecha.
Convertir los biorresiduos, sobre todo restos de alimentos y jardinería, en recursos es uno de los pasos necesarios para transformar nuestro sistema actual de economía lineal (usar y tirar) en un modelo de economía circular.
Por eso, en la Unidad de Procesos Termoquímicos de IMDEA Energía trabajan en desarrollar rutas que permitan su valorización. En particular, emplean un proceso usado tradicionalmente para fabricar carbón vegetal: la pirólisis.
¿Qué es la pirólisis?
La pirólisis consiste en la descomposición de la materia orgánica presente en el residuo al ser calentado en ausencia de oxígeno. No estamos inventando algo nuevo, sino adaptando una tecnología madura a un nuevo propósito.
La pirólisis de materia orgánica siempre genera tres productos: un gas, un sólido y un líquido. El gas puede emplearse como combustible para suministrar energía al proceso. El sólido es un material carbonoso, también llamado biochar. Sus aplicaciones son diversas. Por último, el líquido, denominado bioaceite, es una mezcla compleja de compuestos orgánicos.
Mejorando el proceso: pirólisis catalítica
No obstante, los bioaceites obtenidos mediante pirólisis son demasiado complejos y muy poco estables. Presentan problemas de almacenamiento y son corrosivos. Además, los rendimientos a los productos deseados son muy bajos. Una manera eficaz de resolver estas limitaciones es añadiendo al proceso un catalizador (pirólisis catalítica).
Los catalizadores son sustancias que tienen la capacidad de acelerar o retardar reacciones químicas. Como no participan directamente en las reacciones, no se consumen y pueden reutilizarse. Seleccionando adecuadamente su composición y estructura podemos dirigir un proceso hacia las reacciones deseadas. Como resultado, aumentamos la selectividad hacia los productos deseados. En pirólisis catalítica, las zeolitas son los catalizadores más eficientes investigados hasta el momento.
El proyecto BIO3 surge con el propósito de contribuir a alcanzar los objetivos de transición hacia la economía circular. En él, investigadores de diferentes instituciones trabajan en la integración de rutas biológicas y químicas para la valorización de biorresiduos.
Una de las rutas investigadas es la pirólisis catalítica. Se han llevado a cabo reacciones con mezclas de residuos de poda y alimentos, ya que forman parte de la fracción orgánica de los residuos sólidos urbanos. Con el fin de encontrar las condiciones más favorables, y se han comparado los resultados con y sin catalizador.
Los resultados nos han confirmado que la utilización del catalizador mejora de manera drástica la calidad del bioaceite. Su composición es mucho más homogénea y estable, y está enriquecida en compuestos de valor comercial. Estos son los hidrocarburos monoaromáticos y los fenoles.
Desinfectantes, disolventes y carburantes
Los compuestos monoaromáticos y los fenoles tienen aplicaciones muy diversas. Pueden emplearse directamente como componentes de desinfectantes y disolventes, entre otros usos. En otras ocasiones son el material de partida para obtener otros compuestos. Es el caso de la fabricación de fármacos, resinas, explosivos y detergentes.
Por otro lado, los análisis que realizados indican que tienen propiedades muy cercanas a las de los carburantes del sector transporte. Son candidatos, por tanto, para sustituirlos. Con ello reduciríamos la dependencia de los combustibles de origen fósil así como su impacto ambiental.
La Organización de Naciones Unidas confirmaba recientemente que la población mundial ha superado los 8 mil millones de habitantes. Es una cifra abrumadora, sabiendo además que la previsión es que sigamos aumentando.
El continuo crecimiento de la población mundial y nuestros estándares de vida han llevado al planeta a una situación insostenible. La escasez de recursos y el deterioro del medio ambiente son los mayores retos a los que la humanidad debe hacer frente.
Aunque aún queda mucho por investigar, los resultados son alentadores y demuestran que la economía circular está a la vuelta de la esquina. Es responsabilidad de todos frenar este desequilibrio galopante. Debemos asegurar que las generaciones futuras puedan vivir, y no sobrevivir, con unos mínimos de calidad.